¡Hola, holita!
El mes pasado estuve haciendo el Camino de Santiago Primitivo con mi madre, y quería compartirlo con vosotros.
Comenzamos en Oviedo el pasado 9 de Mayo. Éramos jóvenes e inexpertas y estábamos llenas de ilusión. Aunque ya empezamos con problemas para sellar la credencial del peregrino (la catedral no abre hasta las 10), finalmente encontramos una iglesia abierta y pudimos comenzar nuestro viaje.
En la primera etapa llegamos hasta San Juan de Villapañada, poco después de Grao. El primer día la verdad que yo lo llevé bien, aunque al final de los 30 km mi espalda ya resentía el peso de la mochila (unos 6 o 7 kg), la verdad que no lo lleve tan mal como esperaba… Otra cosa es mi señora madre, que con mucha ilusión al principio, a poco más tira la mochila por el primer puente que vió. Obviamente, como comenzamos ese día, tambien era nuestra primera noche en un albergue aclarando nuestras dudas y temores con el hospitalero Domingo y otros peregrinos.
Conforme los días pasaban y las etapas se hacían más duras atravesando montañas y pasando Salas, Tineo y un sinfín de pueblines por el camino, la espalda y los pies se iban resintiendo más. Me salieron rozaduras en los talones que por momentos me provocaban calambres en los pies, y el dolor de espalda por culpa de la mochila no hacía más aumentar. Comenzamos a incluir en nuestra dieta diaria ibuprofeno y paracetamol además de untarnos diariamente en cremas y potingues para calmar el dolor de articulaciones y músculos.
Pero aunque lo parezca, estas vacaciones no fueron una tortura. Más bien lo contrario, el dolor de músculos, articulaciones y pies, era compensado con creces por las conversaciones en el camino, la camadería en los albergues, la superación personal, los momentos de risa, los momentos de silencio y los lugares mágicos que nos fuimos encontrando por el camino.
Durante los 13 días que duró nuestro camino, sólo en un momento se me pasó por la cabeza abandonar. Durante la etapa de Los Hospitales, donde el cansancio, la lluvia, el viento y la niebla, las rozaduras en los pies y la mierda de la capa impermeable, me hicieron añorar el calor de una tarde de sofá y Netflix. Aquella noche decidimos dormir en un hotel, porque nosotras lo valemos, y ya al día siguiente contiuamos nuestra aventura con las mismas ganas.
En el camino vives el día a día. Te levantas y comienzas a caminar. Tus planes no llegan más allá de llegar al hotel y tomarte una cerveza. Los días los cuentas en etapas y no en días. Ya no hablas del martes o el miércoles, sino de la etapa tal o cual. Lo mismo con las personas, en la mayoría de los casos no sabes a qué se dedican, cómo son sus vidas, si tienen familia, pero se convierten en compañeros de camino.
El Camino fue, sin duda, una experiencia inolvidable que, incluso en los momentos más dolorosos, supe que no se puede quedar sólo en una vez. Me gustaría hacer otros caminos, sin embargo, el camino Francés probablemente quede descartado. Mi experiencia en las etapas en las que el Primitivo se junta con el Camino Francés no es tan buena. Una vez los peregrinos del Francés se une, el camino se vuelve una verbena. La gente se va parando en todos los bares que se encuentra (que por cierto son un montón), muchos hacen largos tramos en taxi, otros envian las mochilas por correos, otros hacen las tres cosas a la vez. Además los tramos por carretera se incrementan y se convierten en una tortura para los pies.
Os dejo con unas cuantas fotos de nuestra aventura y ya de paso, dedico esta entrada a mi madre y a nuestros compañeros de camino Iván y Manu.
Un beso corazones.

A la salida, en la catedral de Oviedo. ¡Cuánta ilusión e inocencia!

Muchos bosques…

y ríos

Vista desde el albergue de Borres

Molino en algún lugar

En la ruta de Los Hospitales

Ermitas por doquier

De vez en cuando hay que descansar

Lugar de descanso y ¿meditación?

En Lugo

Mi madre buscando a la bruja de Blair

Más iglesias en el monte

En la frontera galaico-asturiana

Casa abandonada

Monte do Gouzo

En Santiago

Plaza del Obradoiro